miércoles, 25 de julio de 2007

Un funeral para el mar

La Jolla, California. Hace un par de años, la bailarina salvadoreña radicada en Francia Sandra Cordero regresó a El Salvador para prescindir el funeral de su madre. La coreografía, cargada de simbolismos de la vida que compartieron tuvo como escenario una playa de La Libertad. Cuando el sol se ocultó, y apenas iluminados por la luz de varias antorchas, lanzó varias docenas de rosas al mar.
Esa imagen volvió a mi mente luego de conocer la dramática desertificación que la humanidad lleva a cabo, con rastra y expolio, del patrimonio de la mar océano. Como lo pintó Jeremy Jackson, profesor de la División de Investigación de Geociencias y del Centro para la Biodiversidad y Conservación Marina del Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego, seguro nos encaminamos a un magnicidio.
Jackson es un viejo lobo de mar. Con desenfado e irreverencia, arremetió contra los gobiernos poderosos del planeta –el de su país incluido- por la tibieza con la que abordan la sobreexplotación de la fauna y flora marina.
“Dentro de 20 años sólo habrá sardinas y anchoas”, dijo. También retrató el calamitoso estado de decenas de arrecifes de coral y la deforestación subacuática en un amplio sector del mundo.
La pesca y otras actividades industrializadas han favorecido la mezcla de muchas especies y el auge de la actividad de los microbios en zonas ya consideradas como desérticas. Los científicos de esta entidad han identificado el rápido crecimiento de Caulerpa taxifolia, una alga asesina que se disemina en el este del Océano Pacífico destruyendo arrecifes de coral. Y si algún país se interesara en reconstruir uno de ellos, deberá esperar medio siglo.
Y el Atlántico no se salva. En el Golfo de México descubrieron una “zona muerta” del tamaño de Panamá.
Basado en estimaciones estadísticas, indicó que en el siglo XVI había por lo menos 91 millones de tortugas verdes desde México hasta Brasil. Ahora, producto de la depredación descontrolada, apenas quedan 300 mil.
El temido efecto invernadero también transforma el clima marino. “El Ártico va a desaparecer como un ambiente de hielo. Los animales tropicales emigrarán a los polos”, vaticinó.
Lamenta mucho que los alumnos del Scripps, considerado uno de los mejores institutos oceanográficos del mundo, no conozcan la riqueza submarina que él comenzó a conocer hace varias décadas.
Desafortunadamente, entre los científicos y los políticos, el diálogo es escaso. Reconoce que en los niveles intermedios, los burócratas están consientes que debe hacerse algo, y pronto, ya que de lo contrario, la cadena alimenticia se romperá por su lado más frágil, perjudicando a miles de personas en todo el globo.
Jackson se hizo muy famoso por haber publicado en 2001 un artículo en la revista Science titulado “Sobrepesca histórica y el colapso moderno de los ecosistemas costeros”. Da unas 20 charlas públicas como ésta cada año con el objetivo de sembrar inquietud en científicos, políticos y periodistas y promover acciones gubernamentales para controlar la pesca y contrarrestar los efectos que, como explicó, no son a futuro como el calentamiento de la Tierra debido al efecto invernadero, sino en el presente. La pesca del camarón, afirma, destruye el fondo del mar. “Es un poco como Don Quijote”, dijo mofándose de él mismo.
“No tenemos que hacer ciencia, sino debemos cambiar nuestra forma de vida”, puntualizó.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, 24 de julio de 2007)

domingo, 22 de julio de 2007

La milpa

La Jolla, California. Teozinte es un pequeño poblado de Chalatenango, ubicado en la ruta hacia el cerro El Pital. Desconozco si habrá otro poblado con tal nombre, pero quizás muchos desconozcan que se trata de una referencia ancestral hacia el cultivo del maíz. El paralelismo es inevitable cuando uno de los científicos genetistas más destacados de la Universidad de California en San Diego toma una mazorca de esta diminuta variedad de maíz y explica cómo de allí ha derivado la cultura culinaria de Mesoamérica.
Robert Schmidt enseña ciencias biológicas y la experiencia le permite a simple vista identificar los mutantes, es decir, todas las variedades de mazorcas que obtienen por medio de experimentos que realizan con el objetivo de encontrar los genes que determinan el desarrollo del maíz.
El teocinte de veras que es pequeño. Es duro y oscuro. Cuesta imaginar cómo nuestros antepasados indígenas –desde el valle central de México hasta los Andes- se las ingeniaron para producir a gran escala.
El arqueólogo Paul Amaroli, radicado en El Salvador, enseña que una de las investigaciones científicas más serias en torno a la agricultura de esta región cultural se llevó a cabo hace un par de décadas en México con el nombre de Proyecto Teotihuacan. La pesquisa dio como resultado el hallazgo de las más antiguas mazorcas de teozinte, o al menos lo que quedó de ellas después de haber sido carbonizadas dentro de una cueva. Eso confirma que esta planta ha formado parte de nuestra dieta desde hace cientos de años.
“La pregunta que uno se hace es por qué –los indígenas mesoamericanos- empezaron a cultivar teozinte. No hay mucho alimento aquí”, explica Schmidt al mostrar los pequeños granos ocultos entre las tusas. Existen hipótesis, añade, que originalmente los indígenas se comían el tallo –así como chupamos el jugo de la caña- para obtener nutrientes del jugo. Es posible que, accidentalmente, alguna de esas semillitas cayó accidentalmente en el fuego y explotó, lo que derivó en una amplia variedad de aplicaciones alimenticias.
Sabemos, a raíz de las investigaciones de Payson Sheets en el sitio arqueológico de Joya de Cerén, en el departamento de La Libertad, que los indígenas desarrollaron una importante producción agrícola. ¿Sabían, por medio de su sabiduría ancestral, cómo maximizar el rendimiento de la producción de sus milpas? ¿Qué hicieron los incas para lograr que sus mazorcas se contaran entre las más grandes de las que existen?
Miles de años después, Schmidt acepta la riqueza de la cultura del maíz. Su enfoque, y el de sus alumnos, es genético: controlan la polinización para hacer cruces y analizar los resultados.
El laboratorio es una frondosa milpa… y se encuentra de todo. Hay plantas enanas y elotes que nacen a ras del suelo, ya que los tallos de sus plantas presentan una mutación recesiva al carecer de un gen que les permite ir contra la gravedad.
El científico aclara que los experimentos también benefician a los investigadores que quieren investigar la resistencia de las plantas. Y que no hay que temer de este tipo de cosas porque no son Frankenteins alimenticios. Se trata de maíz genéticamente modificado pero nunca su Ácido Desoxirribonucléico (ADN) ha recibido genes de otro tipo.
Teosinte. Ancestror of corn”, ha rotulado la muestra que expone ante nuestros ojos.
En plena era de los biocombustibles, donde el maíz constituye una alternativa para la producción de etanol, la investigación genética aporta cada día más información sobre esa fantástica planta que, por milenos, nos ha alimentado.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)

El museo vivo

La Jolla, California. Con meticulosa dedicación, Valerie Quate esparce pegamento blanco sobre un cartón y coloca algunas ramitas de Ericameria cuneata, planta oriunda de San Diego.
“Guardo estas pequeñas partes por si alguien necesita tomar una muestra de ADN”, explica la voluntaria del herbario del Museo de Historia Natural de esta ciudad, mientras coloca los restos más pequeños en un sobrecito.
Esto es parte del proceso que siguen los expertos para integrar una muestra a la gran colección del herbario. Éste contiene más de 176 mil especimenes que, secos e inventariados, están a disposición de los científicos y los interesados en estudiarlos.
Las bambalinas de un museo, ese laberinto de cubículos, microscopios, gabinetes, estantes repletos de libros y alguna que otra puerta cerrada con llave, fascina tanto o más que la sección de exhibiciones, donde el barullo es permanente y la gente se pasea despacio, acercándose al abrevadero del conocimiento.
Aquí se hace ciencia y se innova… y se innova para hacer ciencia, explica Exequiel Ezcurra, director del Centro de Investigación de Biodiversidad de las Californias, cuya sede es el Museo. Esta entidad privada se autodefine como binacional, con enfoque regional y con vocación hacia México. “Es un foro científico donde se reflejan las preocupaciones de esta región natural”, apunta.
La naturaleza, afirma este ecólogo experto en los desiertos, no reconoce las fronteras.
Si un museo no renueva su exposición, si sus científicos no investigan ni publican, está condenado a morir. Aquí, ni pensarlo. Por ello, las dos estrategias de divulgación que tiene esta catedral del saber son las exposiciones permanentes y las itinerantes o temporales.
El “staff” está integrado por unos 40 científicos -entre biólogos, paleontólogos, y geólogos. Ellos –como debe ser, dice Ezcurra- sólo hacen ciencia. Otros equipos preparan las exhibiciones y otros, como el equipo del Programa Binacional de Ambientalismo, se dedica a enseñar a las comunidades aledañas la importancia de ser limpios y de proteger los recursos.
Los visitantes hacen largas filas bajo el sol para ingresar a la actual exhibición. No es para menos, ya que es la primera vez que tres países –Rusia, Jordania e Israel- se ponen de acuerdo para mostrar al público los rollos del Mar Muerto. Y dieron a San Diego el honor de ser su anfitrión.
El Museo renueva su exposición permanente y mantiene interesada a su ciudad. “El misterio de los fósiles” muestra 500 millones de años de la historia natural de la región con un montaje que se puede ver, oír y tocar, cuya estrella es el Carcharodon megalodon, un gigantesco tiburón, varias veces mayor que los del presente. La propuesta fue tan buena que accedieron a los 2 millones de dólares que otorga la Nacional Science Foundation.
Las colecciones de insectos, plantas, reptiles, aves, mamíferos, rocas y minerales e investigación marina son grandes e históricas. Guardan documentos decimonónicos de grandes viajeros y naturalistas.
Pero gracias a que la legislación de las construcciones es bastante rígida y ningún proyecto puede efectuarse sin un peritaje cientifico, la colección que está “creciendo a lo bestia” es la de paleontología, afirma Ezcurra.
Así transcurren los días en un museo vivo que innova, investiga, hace ciencia y documenta la historia.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)

La mochila azul

San Isidro, California. “Quien leyere esta oración, la oiga leer o la lleve consigo, no se quemará, no se ahogará, ni podrá ser envenenado con ningún veneno, caer en manos de sus enemigos o ser vencido en las batallas”.
Una bolsa plástica transparente, aún entre la basura, resguarda algunas de las pocas cosas que acompañaron a Baldemar Revuelta en su travesía hacia Estados Unidos. Entre los papelitos con nombres y números de teléfono, recibos de transacciones electrónicas y un calendario de 2006 del Hotel Reforma –ubicado en la zona central entre Bravo y México- figura esta gastada estampita con la oración a la Santa Cruz de Jerusalén, a quien dirige sus ruegos todo aquel que emprende un viaje peligroso.
Revuelta no logró pasar inadvertido para los cientos de ojos policiales que vigilan la enorme pared que, en San Isidro, divide a Estados Unidos de México. Como cientos de inmigrantes, fue apresado. Si era mexicano, fue fichado como criminal y devuelto a su país casi de inmediato. Pero si era centro o suramericano, su detención debió haber implicado un proceso más complejo, como el internamiento en una prisión y la deportación vía terrestre o aérea.
En esta frontera, capturar a los inmigrantes, ficharlos y deportarlos a México es un procedimiento que se realiza una y otra vez, de día y de noche. “Siempre es lo mismo”, explica tranquilamente el agente Peter de Pasquale, quien desde hace unos 12 años trabaja en este sector. Hoy, en una tarde del desalmado verano costero, es el encargado de tomar la llave y truncar, por lo menos esta vez, las aspiraciones de un pequeño grupo de hombres, que baja del bus con aspecto exhausto, luego de ser trasladado de la estación policial de Imperial Beach.
El oficial a cargo del transporte entrega el expediente a De Pasquale, éste firma de recibido y los detenidos recibe sus escasas pertenencias. El celador de lentes y guantes oscuros quita llave a un candado y les hace volver a Tijuana cruzando una puertecita que colinda con la banda giratoria que apenas si contiene el caudal de comerciantes, habitantes de la zona y turistas de pomposas poses y cámaras fotográficas. En un abrir y cerrar de ojos, el grupo de deportados se desvanece entre la multitud. En esta frontera el río no es abundante como el torrente de la desesperanza.
La única testigo -inerte e inanimada- de los intervalos de actividad en este espacio de escasos metros cuadrados donde confluyen tantas historias de tristeza y desamparo como la cantidad de huellas en la tierra, es una mochila azul.
Tirada, al pie del muro, comparte la sombra con una camisa que emana el tufo de la insolación y la derrota de alguien que depositó la fe en la Santa Cruz de Jerusalén pero que nunca llegó a Estados Unidos.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)

Quijotes

La Jolla, California. El 4º. Taller Jack Ealy de Periodismo Científico no es una Torre de Babel. Es un lugar para que los interesados en aprender y difundir el quehacer de la ciencia en Iberoamérica encuentren un abrevadero común.
Hemos caminado entre súper computadoras. Nos han explicado por qué es tan importante comprender a las abejas para evitar una crisis agrícola y alimenticia. Escuchamos hacia dónde se dirigen las nuevas tecnologías de la información y cómo se avanza para producir biocombustibles que ayuden a reducir la dependencia del petróleo e, incluso. Se nos ha aplicado el refuerzo de la vacuna de la ética. En síntesis, nos han reinyectado ganas de hacer periodismo.
Mientras desfilan ante nosotros expertos internacionales en temas tan diversos, recorro mentalmente la brecha, abierta con uñas y dientes, por los científicos salvadoreños.
Pienso en Eunice Echeverría y su añorado herbario para el Museo de Historia Natural y en Leiman Lara, tan comprometido por la difusión de la botánica que ha pagado de su propio bolsillo la publicación de dos libros.
Silenciosa está Leticia Escobar y sus fórmulas químicas para poner manos a la obra en la restauración de edificios, cerámica prehispánica… arte. Alegres y preocupadas por las tortugas siguen Enriqueta Ramírez y Celina Dueñas; activos los físicos de la UES convertidos en guardianes de los volcanes; inspirador el trabajo de Ramón Rivas -biógrafo de Ilobasco- y revitalizado Pedro Escalante Arce, protector de Ciudad Vieja.
Imposible olvidar los conteos de patos migratorios con Wilfredo Rodríguez, Roberto Rivera, Ricardo Ibarra y Néstor Herrera y, mucho menos, los desvelos descifrando constelaciones con Jorge Colorado y Leonel Hernández, de la Asociación de Astronomía.
El conocimiento sobre nuestra cultura no sería el mismo sin Alejandro Dagoberto Marroquín, Carlos y Rafael Lara Martínez, Concepción Clará de Guevara y Raymundo Calderón.
Qué sería de la historia del añil sin lo que –por años- ha investigado Lorenzo Amaya y de la paleontología sin Juan Carlos Cisneros
No tendríamos idea de los cambios en la familia provocados por la migración sin las amenas reiteraciones que hace Amparo Marroquín, ni tuviéramos acceso a la obra de Francisco Gaviria y Montessus de Ballore sin la devota “hemerotecología” de Carlos Cañas Dinarte. Nuestro folclor le debe tanto a María de Baratta y a Gloria de Rodríguez como la vulcanología a Dina Larios y Carlos Pullinger y la museografía a Leo Regalado, Oscar Batres, Milton Doño, Georgina Hernández y Carlos Consalvi.
La Lista de Aves de El Salvador es posible por el trabajo compilatorio de Oliver Komar y Juan Pablo Domínguez.
Seguiríamos presas de la ignorancia si extranjeros como Stanley Bogas, Payson Sheets, Robert Sharer, Paul Amaroli, William Fowler y Karen Burhns no hubieran trabajado a conciencia sobre nuestro pasado prehispánico. Sin sus libros –incluso sin sus controversias-, la nueva generación de arqueólogos a la que pertenecen Claudia Ramírez, Marlon Escamilla, José Erquicia, Fabricio Valdivieso, Roberto Gallardo y Federico Paredes la tendría muy difícil.
El papel y la memoria me traicionan como para mencionar a todos los pioneros y los vanguardistas de la ciencia en El Salvador. Pero sí puedo decir que tienen en común que nadaron contra la corriente… y no se dieron por vencidos.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)

TeraShake (Poesía sísmica)

La Jolla, California. El colorido sari de la madre de Amit Chourasia marca el contraste en el salón que alberga un conjunto de máquinas ultra sofisticadas. Admirada, atiende las explicaciones que le da su hijo, uno de los científicos de visualización del Centro de Súper Computadoras de la Universidad de California en San Diego (UCSD).
Chourasia recién terminó de atender a nuestro grupo –todos periodistas de Iberoamérica- y muestra a sus padres la tecnología de punta que utiliza para crear sus modelos de visualización de terremotos.
Después de la observación y la experimentación, los simulacros constituyen una manera eficiente de acercarnos a la ciencia, explica el director de esta entidad, Warren Froelich, antes de ceder la palabra al joven oriundo de la India quien mostró una nueva herramienta diseñada para prever escenarios del movimiento de la tierra en caso de que ocurra “The Big One”. Varias generaciones de californianos han crecido con el temor de que la tierra estornude tan fuerte como para destruir la capital del entretenimiento cinematográfico, industrias, infraestructura social y los hogares de millones de personas.
Aún así, su cultura ha crecido y hundido sus raíces en tierras turbulentas –la “tierra ligera” de la que habla con tanta propiedad el historiador salvadoreño Pedro Escalante Arce-; pero lejos de resignarse a los desastres, su comunidad científica suma esfuerzos y tecnología para comprender los fenómenos de la naturaleza y, ante todo, prever lo que puede ocurrir para minimizar los daños.
En definitiva, dice Chourasia, la expansión urbana incrementa el riesgo de los terremotos. Su proyecto, denominado TeraShake, es capaz de decir con imágenes, lo que sucedería en California con un terremoto arriba de 7.7 grados en la escala de Richter, cuyo epicentro estaría localizado 60 millas al oeste de Palm Springs. El software de visualización en tercera dimensión, invierte 40 mil horas de tiempo de computadora, genera más de 50 animaciones de alta calidad y 130 mil imágenes. En la pantalla de una computadora se puede ver cómo la tierra se sacudiría, cómo las ondas sísmicas se desplazarían, lo que nos lleva a imaginar los daños humanos y materiales que de ello resultaría.
La imagen es bella, pese a que se nutre de una estela de destrucción.
“Se necesita mucha computación y equipos de trabajo geológico y sísmico. TeraShake nos deja perplejos pero plantea un desafío en términos de cooperación”, dijo Chourasia.
Lo que sigue es PetaShake, subrayó, lo que implica mayor poder computacional y la coordinación de recursos científicos y económicos para llevar a cabo el proyecto.
Nunca falta la pregunta que advierte la sobreestimación acerca del poder de la ciencia. La verdad es que está muy difícil saber cuándo ocurrirá un terremoto, dijo Chourasia. Lo importante sería saber cómo va a suceder. Eso realmente haría la diferencia, remató.

Ciencia y periodismo

La Jolla, California. Es extraño que una persona inicie una ponencia hablando acerca de su vida. Y menos si la audiencia está integrada, casi por completo, por periodistas.
Lynne Friedmann explicó como ella, con escasa “formación académica” pero con mucha curiosidad y espíritu de servicio, inició la quijotesca labor de divulgar el avance de la ciencia.
Comienza haciendo una reseña sobre el periodismo científico y se remonta a los albores del siglo XX. Hasta 1934, dice, no hay muchos referentes. Pero ese año ocurrió algo que cambiaría el curso de la historia: la fundación de la Asociación Nacional de Periodistas Científicos de Estados Unidos.
Los pioneros en dar a conocer a la población el quehacer de los científicos se valieron del telégrafo para transmitir sus noticias; si bien tenían cómo hacerlo el problema era el costo. Ya desde entonces esos periodistas interesados en dar a conocer las novedades y los aportes de los descubrimientos, los descubrimientos e investigaciones, esos redactores tenían que competir con lo que siempre ha sido considerado “más importante” en un periódico: la economía y la política.
En nuestra jerga, esa información es catalogada como “dura”, mientras que otras manifestaciones de la cultura como el arte, la historia, la ciencia y la tecnología han sido etiquetadas como “ligeras”.
Existen cuatro reglas de oro, dijo Friedmann, para todo aquel que quiera dedicarse al periodismo científico. Nada puede ser creado que no provenga de la fascinación, la primitiva pero a la vez sublime capacidad humana del asombro. Tan importante es el molar de un mastodonte que aflora en la ribera de un río como la orquídea menos vistosa que recién pasó a ser descubierta por la ciencia o la desmitificación antropológica acerca de la invención de nuestro pasado.
Luego, la magnitud… la cantidad de personas a las que puede interesarles las novedades tecnológicas aplicadas a la medicina, la biología, la botánica, la informática. Como ocurre en un salón de clases: con uno o dos alumnos que atrapen la semilla, el logro es importante.
Una encuesta realizada a más de 600 periodistas por la Asociación Americana para los Avances de la Ciencia (AAAS), reveló la preocupación por conocer antes que el público y antes que la competencia, el pan más caliente del horno científico mundial. El reto es ser oportuno.
El reto de un buen periodista, me dijo alguien una vez, es que lo que uno publica se convierta en realidad. Urgencia y confiabilidad, por ende, no siempre se hacen buena compañía.
En Estados Unidos, puede que exista recelo por parte de los científicos hacia la prensa, pero en general, su relación es afable y de mucha cooperación. Así finalizó Friedmann de dibujar el panorama de un país al que pese a sus notables contradicciones nos empuja a navegar por las abundantes y veloces aguas del conocimiento y nos hace a buscar nuestro reflejo en el tímido arroyuelo de la ciencia en El Salvador.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)