lunes, 28 de marzo de 2011

Aves de papel

Por Carmen Molina Tamacas

Uno de los retos de los periodistas científicos –de los periodistas, en general- es saber escuchar.

Y leer, preguntar, buscar, preguntar, comparar, entender, decodificar, volver a preguntar… y transmitir.

Tal vez así podríamos cumplir con la misión de educar y generar opinión en la población ávida de conocimiento.

Los científicos elaboran hipótesis, recopilan evidencias, discuten y publican. Pero eso no basta: deben hacer el esfuerzo por olvidarse de la jerga académica, para lograr que su semilla de conocimiento germine en tierras fértiles.

Los científicos necesitan de los periodistas, y los periodistas de los científicos. Y ambos paciencia. Los unos para explicar, una y otra vez si es necesario tal o cual antecedente, proceso o consecuencia, y los otros para captar la esencia de esas ideas. Y ambos, además, perder el miedo a la polémica, maravillándose ante los resultados: el conocimiento.

La Revista Dominical de La Prensa Gráfica fue una de esas parcelas, aisladas de la escorrentía del ocio y la banalidad. Duró demasiado para lo que duran las revistas en El Salvador (¡50 años!) y lo que comenzó siendo una recopilación de consejos de belleza para amas de casa, se convirtió en un depositario del conocimiento producido en El Salvador.

A finales de los años 90 y en el inicio de la presente década, fueron publicados diversos artículos enfocados en la biodiversidad del país, de sus esfuerzos por conocerla, inventariarla y protegerla.

Como equipo periodístico, nos nutrimos de varios componentes. En primer lugar, la curiosidad. Ay del periodista que piensa que lo sabe y lo entiende todo. Sin curiosidad, ese gusanito que nos permite maravillarnos y conmovernos ante una lluvia de meteoritos, atender con solemnidad un rito religioso o contemplar un nido de polluelos, estamos perdidos. Y muchos lo están. Por eso –muchos- son incapaces
de ver a la ciencia como lo que es: una fuente inagotable no sólo de conocimiento personal, sino colectivo. Es la bitácora donde registramos, a prueba y error, los esfuerzos humanos por entender lo que nos rodea.

Luego, la confianza mutua. Los científicos (¿por naturaleza?) son desconfiados y lastimosamente muchos prefieren que su investigación quede en el anonimato a tomarse el tiempo y escribir un artículo en lenguaje accesible para la mayoría de la población, donde expliquen los alcances de su trabajo. Ahora, Internet ofrece infinidad de posibilidades para difundir información a muy bajo costo, pero esa tarea requiere, ante todo, constancia y disciplina. Otros le huyen a colaborar en una conversación franca con un periodista, les cuesta dejar de lado los nervios y, especialmente, la arrogancia. Así, una investigación de años, quedará para comida de las polillas.

También se da el caso de los científico que proveen una gran cantidad de información y el periodista no es capaz de descifrarla e interpretarla, por lo cual termina naufragando en ella. En ambos casos, la comunicación falló, y el mayor perjudicado fue el público, que se quedó sin conocer información valiosa, que pudo haberle ayudado a tomar conciencia respecto a la protección de nuestro entorno natural.

En esa época de Revista Dominical, por fortuna (para los científicos, para nosotros, para los lectores) tuvimos acceso a fuentes de información privilegiada y de primer orden, como estudios en ciernes, diversos trabajos de campo, documentos y
discusiones académicas.

La apertura editorial fue otro factor determinante, ya que en ese momento todas las coberturas sobre la conservación del ambiente, entre ellos muchos relacionados con la avifauna, fueron apoyados, con el objetivo de llevar de la mano a los lectores por las veredas, guiándolos hacia el bosque y acurrucarlos quedamente para contemplar al ejemplar de una especie en peligro de extinción. Los periodistas deben ser hábiles no sólo para traducir un texto académico hacia un lenguaje más accesible para los lectores, sino que deben convencer a sus editores de que el tema en verdad vale la pena. Cualquier investigación científica sobre el patrimonio natural local vale la pena –hasta la más descabellada para los burócratas de turno.

Concebir un enfoque, reportear, contrastar, complementar, escribir, corregir y difundir, es el reto.

Nada hubiéramos sido en esa época, sin el excelente trabajo de fotoperiodistas dispuestos a llenarse de lodo, mozotes y pulgas, para capturar una escena de la naturaleza para la posteridad. Félix Amaya ha acumulado muchos años de experiencia y es capaz de resumir con una imagen todo un tratado enciclopédico.

¿Cómo he visto la respuesta de la gente hacia la temática de las aves? Es una pregunta que no puedo contestar. Desde mi perspectiva como periodista, la Revista Dominical proveyó contenidos enfocados hacia el conocimiento de nuestro patrimonio natural y la hazaña que implica documentarlo, conocerlo, inventariarlo y protegerlo. Muchos de esos artículos están disponibles en Internet pero han naufragado en el olvido. La web 2.0, que potencia la interactividad con los lectores y la retroalimentación podría ser la vitrina idónea para que cada vez más personas, especialmente los estudiantes, accedan a ellos, los comenten, critiquen y desafíen... los superen. Sólo así podrá generarse más conocimiento, lo cual nos beneficia a todos.

A continuación se presenta una recopilación de algunas de esas publicaciones, en las que figuran como protagonistas no sólo aves y pájaros (desde el tímido Quetzal de Montecristo hasta el imponente Rey Zope del Zoológico Nacional, pasando por los patos migratorios de El Jocotal y las polémicas garzas de Ostúa -polémicas porque los burócratas de turno soslayaron un informe técnico que recomendaba la protección de un área de anidación bajo el criterio de que son una "plaga"-) sino de las personas que han dedicado tiempo, esfuerzo y sacrificios para lo que aquí más nos importa: nuestro país, nuestra historia.

Un saltarín cabecirrojo en El Salvador
Por Juan Marco Álvarez


Las Aves del Bosque Nebuloso
Por Verónica Vásquez


El escurridizo quetzal
Por Fabricio Pérez


Con la mirada en El Imposible
Por Tomás Guevara

Los pericos de la suerte
Por Tomás Guevara


Aves de presa de El Imposible
Por Maite Lorente, Fotos: WhiteHawk

Torogoz, ¿ave nacional?
Por Morena Azucena


Nuestras 17 aves
Por Fabricio Pérez y Morena Azucena


El Jocotal
Revista Dominical


Quetzal, ave amenazada
Por Morena Azucena


Las aves de El Salvador
Por Morena Azucena


Un monarca carroñero
Por Tomás Guevara


Rey Zope


Temporada de patos
Por Carmen Molina Tamacas y Morena Azucena


Amenazas contra la biodiversidad


Investigaciones del ayer



Más de 170 mil patos


¿Menos licencias y más caza ilegal?


Árboles de garzas infinitas
Por Carmen Molina Tamacas


Manjar para depredadores

Científico salvadoreño aporta al descubrimiento de una nueva especie


Dibujo del Tiarajudens eccentricus


CARMEN MOLINA TAMACAS
Viernes, 25 de Marzo de 2011
www.elsalvador.com


La prestigiosa revista científica Science publicó el 25 de marzo un artículo que abona al estudio de la fauna prehistórica, el cual tiene aportes del científico salvadoreño Juan Carlos Cisneros.

El descubrimiento ha sido titulado "Descubierto un vertebrado herbívoro de más de 260 millones de años, con dientes de sable y evidencias de masticación".

La publicación detalla la importancia de esta nueva especie para la ciencia, que será llamada Tiarajudens eccentricus; esto significa "diente excéntrico de Tiarajú" (la localidad en Río Grande do Sul donde fue descubierto).

Cisneros (biólogo y paleontólogo), quien labora en el Centro de Ciencias de la Naturaleza de la Universidad Federal de Piauí, formó equipo con Fernando Abdalá, Bruce S. Rubidge, Paula Camboim Dentzien-Dias y Ana de Oliveira Bueno, de las universidades Federal de Río Grande do Sul (UFGRGS), y de Witwatersrand (Sudáfrica), de acuerdo con un informe de divulgación.

El Tiarajudens eccentricus es un terápsido (antiguo linaje de los vertebrados que dieron origen a los mamíferos) y vivió en el Período Permiano de la Era Paleozoica, es decir, por lo menos 260 millones de años atrás.

"Fue una suerte haberla encontrado. Estos dientes no los tiene ningún animal conocido. Eso nos permitió asegurarnos de que se trataba de una especie nueva", declaró Cisneros a la BBC.

El animal, explican los expertos, tiene el tamaño de un tapir y entre sus rasgos más curiosos destaca la presencia de dientes alargados, similares a los de un "capivara".

"Es el registro más antiguo de un herbívoro con dientes de sable", afirman. Otros animales extintos ya presentaban este tipo de dientes, pero se sabía que eran carnívoros; uno herbívoro constituye una rareza.

"El contacto diente-diente (oclusión dental o masticación) representa un gran avance que permitió el procesamiento de la comida dentro de la boca", añade el reporte.

Cisneros trabajó a principios de la década pasada en el Museo de Historia Natural de El Salvador; ha publicado artículos académicos sobre los fósiles del Río Tomayate (Apopa).

El descubrimiento ha tenido eco en decenas de medios internacionales, como The New York Times, Discovery, National Geographic entre otros.