La Jolla, California. Con meticulosa dedicación, Valerie Quate esparce pegamento blanco sobre un cartón y coloca algunas ramitas de Ericameria cuneata, planta oriunda de San Diego.
“Guardo estas pequeñas partes por si alguien necesita tomar una muestra de ADN”, explica la voluntaria del herbario del Museo de Historia Natural de esta ciudad, mientras coloca los restos más pequeños en un sobrecito.
Esto es parte del proceso que siguen los expertos para integrar una muestra a la gran colección del herbario. Éste contiene más de 176 mil especimenes que, secos e inventariados, están a disposición de los científicos y los interesados en estudiarlos.
Las bambalinas de un museo, ese laberinto de cubículos, microscopios, gabinetes, estantes repletos de libros y alguna que otra puerta cerrada con llave, fascina tanto o más que la sección de exhibiciones, donde el barullo es permanente y la gente se pasea despacio, acercándose al abrevadero del conocimiento.
Aquí se hace ciencia y se innova… y se innova para hacer ciencia, explica Exequiel Ezcurra, director del Centro de Investigación de Biodiversidad de las Californias, cuya sede es el Museo. Esta entidad privada se autodefine como binacional, con enfoque regional y con vocación hacia México. “Es un foro científico donde se reflejan las preocupaciones de esta región natural”, apunta.
La naturaleza, afirma este ecólogo experto en los desiertos, no reconoce las fronteras.
Si un museo no renueva su exposición, si sus científicos no investigan ni publican, está condenado a morir. Aquí, ni pensarlo. Por ello, las dos estrategias de divulgación que tiene esta catedral del saber son las exposiciones permanentes y las itinerantes o temporales.
El “staff” está integrado por unos 40 científicos -entre biólogos, paleontólogos, y geólogos. Ellos –como debe ser, dice Ezcurra- sólo hacen ciencia. Otros equipos preparan las exhibiciones y otros, como el equipo del Programa Binacional de Ambientalismo, se dedica a enseñar a las comunidades aledañas la importancia de ser limpios y de proteger los recursos.
Los visitantes hacen largas filas bajo el sol para ingresar a la actual exhibición. No es para menos, ya que es la primera vez que tres países –Rusia, Jordania e Israel- se ponen de acuerdo para mostrar al público los rollos del Mar Muerto. Y dieron a San Diego el honor de ser su anfitrión.
El Museo renueva su exposición permanente y mantiene interesada a su ciudad. “El misterio de los fósiles” muestra 500 millones de años de la historia natural de la región con un montaje que se puede ver, oír y tocar, cuya estrella es el Carcharodon megalodon, un gigantesco tiburón, varias veces mayor que los del presente. La propuesta fue tan buena que accedieron a los 2 millones de dólares que otorga la Nacional Science Foundation.
Las colecciones de insectos, plantas, reptiles, aves, mamíferos, rocas y minerales e investigación marina son grandes e históricas. Guardan documentos decimonónicos de grandes viajeros y naturalistas.
Pero gracias a que la legislación de las construcciones es bastante rígida y ningún proyecto puede efectuarse sin un peritaje cientifico, la colección que está “creciendo a lo bestia” es la de paleontología, afirma Ezcurra.
Así transcurren los días en un museo vivo que innova, investiga, hace ciencia y documenta la historia.
(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)
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