domingo, 22 de julio de 2007

Quijotes

La Jolla, California. El 4º. Taller Jack Ealy de Periodismo Científico no es una Torre de Babel. Es un lugar para que los interesados en aprender y difundir el quehacer de la ciencia en Iberoamérica encuentren un abrevadero común.
Hemos caminado entre súper computadoras. Nos han explicado por qué es tan importante comprender a las abejas para evitar una crisis agrícola y alimenticia. Escuchamos hacia dónde se dirigen las nuevas tecnologías de la información y cómo se avanza para producir biocombustibles que ayuden a reducir la dependencia del petróleo e, incluso. Se nos ha aplicado el refuerzo de la vacuna de la ética. En síntesis, nos han reinyectado ganas de hacer periodismo.
Mientras desfilan ante nosotros expertos internacionales en temas tan diversos, recorro mentalmente la brecha, abierta con uñas y dientes, por los científicos salvadoreños.
Pienso en Eunice Echeverría y su añorado herbario para el Museo de Historia Natural y en Leiman Lara, tan comprometido por la difusión de la botánica que ha pagado de su propio bolsillo la publicación de dos libros.
Silenciosa está Leticia Escobar y sus fórmulas químicas para poner manos a la obra en la restauración de edificios, cerámica prehispánica… arte. Alegres y preocupadas por las tortugas siguen Enriqueta Ramírez y Celina Dueñas; activos los físicos de la UES convertidos en guardianes de los volcanes; inspirador el trabajo de Ramón Rivas -biógrafo de Ilobasco- y revitalizado Pedro Escalante Arce, protector de Ciudad Vieja.
Imposible olvidar los conteos de patos migratorios con Wilfredo Rodríguez, Roberto Rivera, Ricardo Ibarra y Néstor Herrera y, mucho menos, los desvelos descifrando constelaciones con Jorge Colorado y Leonel Hernández, de la Asociación de Astronomía.
El conocimiento sobre nuestra cultura no sería el mismo sin Alejandro Dagoberto Marroquín, Carlos y Rafael Lara Martínez, Concepción Clará de Guevara y Raymundo Calderón.
Qué sería de la historia del añil sin lo que –por años- ha investigado Lorenzo Amaya y de la paleontología sin Juan Carlos Cisneros
No tendríamos idea de los cambios en la familia provocados por la migración sin las amenas reiteraciones que hace Amparo Marroquín, ni tuviéramos acceso a la obra de Francisco Gaviria y Montessus de Ballore sin la devota “hemerotecología” de Carlos Cañas Dinarte. Nuestro folclor le debe tanto a María de Baratta y a Gloria de Rodríguez como la vulcanología a Dina Larios y Carlos Pullinger y la museografía a Leo Regalado, Oscar Batres, Milton Doño, Georgina Hernández y Carlos Consalvi.
La Lista de Aves de El Salvador es posible por el trabajo compilatorio de Oliver Komar y Juan Pablo Domínguez.
Seguiríamos presas de la ignorancia si extranjeros como Stanley Bogas, Payson Sheets, Robert Sharer, Paul Amaroli, William Fowler y Karen Burhns no hubieran trabajado a conciencia sobre nuestro pasado prehispánico. Sin sus libros –incluso sin sus controversias-, la nueva generación de arqueólogos a la que pertenecen Claudia Ramírez, Marlon Escamilla, José Erquicia, Fabricio Valdivieso, Roberto Gallardo y Federico Paredes la tendría muy difícil.
El papel y la memoria me traicionan como para mencionar a todos los pioneros y los vanguardistas de la ciencia en El Salvador. Pero sí puedo decir que tienen en común que nadaron contra la corriente… y no se dieron por vencidos.

(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)

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