La Jolla, California. Es extraño que una persona inicie una ponencia hablando acerca de su vida. Y menos si la audiencia está integrada, casi por completo, por periodistas.
Lynne Friedmann explicó como ella, con escasa “formación académica” pero con mucha curiosidad y espíritu de servicio, inició la quijotesca labor de divulgar el avance de la ciencia.
Comienza haciendo una reseña sobre el periodismo científico y se remonta a los albores del siglo XX. Hasta 1934, dice, no hay muchos referentes. Pero ese año ocurrió algo que cambiaría el curso de la historia: la fundación de la Asociación Nacional de Periodistas Científicos de Estados Unidos.
Los pioneros en dar a conocer a la población el quehacer de los científicos se valieron del telégrafo para transmitir sus noticias; si bien tenían cómo hacerlo el problema era el costo. Ya desde entonces esos periodistas interesados en dar a conocer las novedades y los aportes de los descubrimientos, los descubrimientos e investigaciones, esos redactores tenían que competir con lo que siempre ha sido considerado “más importante” en un periódico: la economía y la política.
En nuestra jerga, esa información es catalogada como “dura”, mientras que otras manifestaciones de la cultura como el arte, la historia, la ciencia y la tecnología han sido etiquetadas como “ligeras”.
Existen cuatro reglas de oro, dijo Friedmann, para todo aquel que quiera dedicarse al periodismo científico. Nada puede ser creado que no provenga de la fascinación, la primitiva pero a la vez sublime capacidad humana del asombro. Tan importante es el molar de un mastodonte que aflora en la ribera de un río como la orquídea menos vistosa que recién pasó a ser descubierta por la ciencia o la desmitificación antropológica acerca de la invención de nuestro pasado.
Luego, la magnitud… la cantidad de personas a las que puede interesarles las novedades tecnológicas aplicadas a la medicina, la biología, la botánica, la informática. Como ocurre en un salón de clases: con uno o dos alumnos que atrapen la semilla, el logro es importante.
Una encuesta realizada a más de 600 periodistas por la Asociación Americana para los Avances de la Ciencia (AAAS), reveló la preocupación por conocer antes que el público y antes que la competencia, el pan más caliente del horno científico mundial. El reto es ser oportuno.
El reto de un buen periodista, me dijo alguien una vez, es que lo que uno publica se convierta en realidad. Urgencia y confiabilidad, por ende, no siempre se hacen buena compañía.
En Estados Unidos, puede que exista recelo por parte de los científicos hacia la prensa, pero en general, su relación es afable y de mucha cooperación. Así finalizó Friedmann de dibujar el panorama de un país al que pese a sus notables contradicciones nos empuja a navegar por las abundantes y veloces aguas del conocimiento y nos hace a buscar nuestro reflejo en el tímido arroyuelo de la ciencia en El Salvador.
(Artículo publicado en El Diario de Hoy, julio de 2007)
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