La Jolla, California. Hace un par de años, la bailarina salvadoreña radicada en Francia Sandra Cordero regresó a El Salvador para prescindir el funeral de su madre. La coreografía, cargada de simbolismos de la vida que compartieron tuvo como escenario una playa de La Libertad. Cuando el sol se ocultó, y apenas iluminados por la luz de varias antorchas, lanzó varias docenas de rosas al mar.
Esa imagen volvió a mi mente luego de conocer la dramática desertificación que la humanidad lleva a cabo, con rastra y expolio, del patrimonio de la mar océano. Como lo pintó Jeremy Jackson, profesor de la División de Investigación de Geociencias y del Centro para la Biodiversidad y Conservación Marina del Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego, seguro nos encaminamos a un magnicidio.
Jackson es un viejo lobo de mar. Con desenfado e irreverencia, arremetió contra los gobiernos poderosos del planeta –el de su país incluido- por la tibieza con la que abordan la sobreexplotación de la fauna y flora marina.
“Dentro de 20 años sólo habrá sardinas y anchoas”, dijo. También retrató el calamitoso estado de decenas de arrecifes de coral y la deforestación subacuática en un amplio sector del mundo.
La pesca y otras actividades industrializadas han favorecido la mezcla de muchas especies y el auge de la actividad de los microbios en zonas ya consideradas como desérticas. Los científicos de esta entidad han identificado el rápido crecimiento de Caulerpa taxifolia, una alga asesina que se disemina en el este del Océano Pacífico destruyendo arrecifes de coral. Y si algún país se interesara en reconstruir uno de ellos, deberá esperar medio siglo.
Y el Atlántico no se salva. En el Golfo de México descubrieron una “zona muerta” del tamaño de Panamá.
Basado en estimaciones estadísticas, indicó que en el siglo XVI había por lo menos 91 millones de tortugas verdes desde México hasta Brasil. Ahora, producto de la depredación descontrolada, apenas quedan 300 mil.
El temido efecto invernadero también transforma el clima marino. “El Ártico va a desaparecer como un ambiente de hielo. Los animales tropicales emigrarán a los polos”, vaticinó.
Lamenta mucho que los alumnos del Scripps, considerado uno de los mejores institutos oceanográficos del mundo, no conozcan la riqueza submarina que él comenzó a conocer hace varias décadas.
Desafortunadamente, entre los científicos y los políticos, el diálogo es escaso. Reconoce que en los niveles intermedios, los burócratas están consientes que debe hacerse algo, y pronto, ya que de lo contrario, la cadena alimenticia se romperá por su lado más frágil, perjudicando a miles de personas en todo el globo.
Jackson se hizo muy famoso por haber publicado en 2001 un artículo en la revista Science titulado “Sobrepesca histórica y el colapso moderno de los ecosistemas costeros”. Da unas 20 charlas públicas como ésta cada año con el objetivo de sembrar inquietud en científicos, políticos y periodistas y promover acciones gubernamentales para controlar la pesca y contrarrestar los efectos que, como explicó, no son a futuro como el calentamiento de la Tierra debido al efecto invernadero, sino en el presente. La pesca del camarón, afirma, destruye el fondo del mar. “Es un poco como Don Quijote”, dijo mofándose de él mismo.
“No tenemos que hacer ciencia, sino debemos cambiar nuestra forma de vida”, puntualizó.
(Artículo publicado en El Diario de Hoy, 24 de julio de 2007)
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